ELANOR
NUEVE
DE SEPTIEMBRE
Nueve de
septiembre de mil novecientos cincuenta y cuatro. Son las siete y cuarenta y cinco
de la mañana y a pesar de que el calor veraniego todavía no nos ha abandonado
el sol permanece oculto en un cielo turbio y amenazador.
Estoy
aquí, sentada junto a la ventanilla escribiendo estas líneas que jamás te serán
enviadas. Observo la estación que pronto perderé de vista cuando el silbato del
tren anuncie la partida. No quiero marcharme pero tengo que estar allí antes de
que el curso comience. Me han matriculado en las Clarisas donde permaneceré
incluso durante las vacaciones. Ese es el castigo que me han impuesto por amarte.
He vuelto a mirar por la ventanilla. Esperaba
encontrarte. Lo deseaba desde los más profundo de mi corazón. El chófer se ha
encargado de facturar mi equipaje y de asegurarse de mi marcha. Desde aquí
parece un poste sin expresión alguna, ajeno a todo, cumpliendo órdenes. Ni un gesto con la mano.
Ni una sonrisa. Me marcho de aquí como una proscrita. En silencio. Sumisa. Y todo
esto por quererte. Este tren me lleva lejos de ti. Hacia el olvido. La tristeza
como mi único y verdadero equipaje. La desolación como compañía…y una sensación
de abandono que me aísla del resto del mundo.
Echaré de menos estos paisajes…los campos…los olivos
recordándome tus hermosos ojos verdes. Esos ojos que por primera vez me
impactaron al verte. Aquél día acompañé a mi abuelo, algo inusual en mí, a
inspeccionar la fábrica. No me gusta ver como ejerce el mando. Hace que me
siena incomoda. Siempre deja bien clara su posición y la de la clase obrera.
Es extraño, pero el monótono movimiento del tren me
recuerda a la máquina de envasado. Solía ser tu zona de trabajo. Desde las
oficinas podía observarte sin levantar sospechas. Te veía bromear con tus
compañeros en los momentos de descanso. Quería saberlo todo de ti…donde ibas
después del trabajo…con quién vivías…que hacías…si estabas casado…sólo allí
podría averiguarlo. Al abuelo empezó a extrañarle mi repentino interés por los
asuntos de la fábrica, pero como heredera pensó que sería bueno prepararme, mis
padres habían muerto sin darle un nieto varón y yo era su única alternativa.
En los asientos contiguos a mi hay una pareja que no cesa
de arrullarse. Parecen recién casados. ¡Tan felices! Puedo imaginar que somos
nosotros, nadie me lo impide. Cierro los ojos y te veo junto a mí con tu
sonrisa resplandeciente explicándome los pormenores de tu trabajo, enseñándome
cada palmo de la fábrica que también conoces. Fue una casualidad que te
eligieran a ti, precisamente, para esa tarea, tuve que contenerme para no dar
muestras de mi alegría. Lo mejor llegó cuando fuimos a recorrer los
olivares…llegaban más allá de lo que mi vista alcanzaba. Parte por parte me
describiste el árbol, sus frutos, sus cuidados…lo hacías con tanta naturalidad.
No sé si te escuchaba…veía el movimiento de tus labios, la expresión de tus
ojos fascinados por la naturaleza del mismo…y tus manos tomando con delicadeza
una muestra para describírmelo. Cuanto deseé ser ese fruto en tus manos.
El tren pierde velocidad, se para. Gentes que suben…otras
que bajan. Tengo la tentación de escapar. De huir. ¿Pero a dónde? La próxima
vez que se pare Sor María y Sor Piedad estarán en el andén esperándome. Me
siento tan vacía…
Mi recuerdo más dulce formará parte del día más amargo,
cuando después de asistir a misa, como cada domingo, convencí a mi abuela para
que me dejara bajar al arroyo que queda cerca de la finca llevándome el
almuerzo. Le prometí no llegar tarde, estar de vuelta antes que regresara el
abuelo. No había nada de malo en ello. Mi sorpresa fue encontrarte allí…pensé
que estarías en la taberna como los demás. Pero no. Estabas allí disfrutando de
la naturaleza. En soledad…hasta que llegué. No pareció molestarte, todo lo
contrario.
Me
invitaste a sentarme junto a ti y como en la fábrica empezaste a describirme el
entorno, a llamar mi atención sobre cosas en las que jamás me hubiera fijado. Tienes
vocación de maestro. ¿Lo sabias? Compartimos el almuerzo y el resto de la tarde
pareció diluirse en el tiempo. Los temas de conversación parecían no
terminarse. Un golpe de viento nos hizo guardar silencio. Nos miramos
fijamente. Pensé que ibas a besarme…y así lo hiciste, pero en la frente. Creo
que supiste lo que pensaba…que descubriste mi secreto.
Comenzó
a llover. Recogimos y me llevaste de regreso a casa. Mi abuelo estaba en la
puerta. Su rostro severo, duro e inquisidor miró la chaqueta que cubría mis
hombros. Sin mediar palabra me hizo entrar en casa y te la arrojó con gesto
despectivo.
Te alejaste, sin darme cuenta de que sería la
última vez que volvería a verte. Recuerdo el rostro impasible de mi abuela y a
mi abuelo vociferando sin control…que en qué estaba pensando...que era una niña
caprichosa e irresponsable…que me doblabas la edad…que no eras de nuestra
posición…que solo eras un patán. Quería decirle que se callara, que no hablara
a sí de ti. Que no te conocía…no quiso escucharme. Decidió que la solución era
mandarme lejos y a ti dejarte sin empleo. Podía prescindir de tu servicio y de
mi presencia. Me dolían los ojos de aguantar tantas lágrimas. Cuando se encerró
en su despacho apelé a mi abuela como mujer. Le explique que no había motivo
para tanto escándalo y que tú sólo eras culpable de haberme acompañado a casa.
No quería que te despidiesen por mi culpa. Me escuchó en silencio y prometió
solucionarlo. No sé lo que habrá sucedido…no he tenido demasiado tiempo. Unas
cuantas llamadas y todo estuvo decidido. No hay marcha atrás. El adiós que
nunca nos dijimos ahora es inevitable. Mi pensamiento estará siempre contigo.
El tren va parando lentamente...adentrándose en la estación
de mi destino.
Espero que os haya
gustado, pero no podré saberlo sino dejáis comentario
RELATO:
ELANOR
FOTOS:
ELANOR
VESTUARIO:
ELANOR / FAMOSA/ Y OTROS