ARIEN
Cuando leí este relato, recordé las muñecas de porcelana de mi madre, siempre me atrajeron pero a la misma vez me resultaban frías y extrañas.
Esta entrada está dedicada a mi
MADRE, la señora de la magia en mi adorada infancia.
La narración es de
Diego A. López , el autor de
"El secreto de los cielos", novela que he incluido en la columna del blog.
Espero que os guste mi elección os dejo con ella.
ABRAZOS Y MUCHÍSIMOS BESOS.
ARIEN.
--Pero sólo es una muñeca ¿no?
La madre levantó los hombros por respuesta
--Ella no ve, ¿verdad? No le duele nada. No puede doler le nada.
--¿Y por qué iba a sufrir?
--No lo sé. Si no fuera una muñeca... Si fuera una niña
castigada a ser una muñeca... O una muñeca que es más que una
muñeca...
--No te preocupes. No tendría nervios para sentir.
--Sí, ya, pero imagina que lo viera todo.
Se quedaron en silencio. Por un momento aquellos ojos inmóviles
parecieron dos puertas azules. Como las de una catedral de agua o las
de una muralla de nubes, dos puertas azules y extrañas.
--Imagina que viera que su amita lo pasa mal. Si yo fuera ella lo pasaría mal
también, porque no podría hacer nada, y todas las cosas malas
seguirían pasando, y mi amita lloraría mucho, y ni siquiera podría
abrazarla, y...
La niña suspiró, y en sus ojos brillaba una luz pequeña
comparada con la que despedían los de porcelana.
--¿Ha tenido muchas amitas?
--Sí. Me imagino que muchas, si. Es muuuuy antigua. ¿Te gusta?
--No lo sé.
--Te dejaré un ratito para que te lo pienses. Si te gusta la
compraré, ¿vale?
Asintió. Los pasos de la madre hicieron crujir la vieja tarima.
Su figura se alejó entre relojes de cuco, camafeos barrocos y
cajitas de rapé. Costaba moverse entre la multitud de objetos cuya
única cosa en común era la etiqueta anudada con el precio.
La niña se quedó sola con la muñeca entre las manos,
inspeccionándola a la brumosa luz que le llegaba desde la ventana,
cubierta de gotas de lluvia.
Le gustaron los bracitos y piernecitas de porcelana, moldeadas en
unas proporciones que concitaban toda la belleza y ternura que su
creador pudo reunir. Mientras los movía se preguntó cuántos dedos
antes de los suyos los habrían tocado. ¿Habrían sido niñas
buenas? ¿Tristes quizá? ¿Qué habrían visto esos ojitos azules?
Tuvo que apartar la vista porque se sentía a punto de caer en un mar
turquesa.
Se extrañó del tacto de sus ropas. No estaba acostumbrada a la
seda. Apenas reparó en un zurcido diminuto, ni en el desgarrón
escondido en un plisado de la falda. Pero sí en la mancha del
encaje. Sólo un leve oscurecimiento en la tela, logrado a base de
muchos lavados, pero que no había querido abandonarla. ¿Qué le
pasó? ¿Un poco de chocolate de una fiesta de cumpleaños? ¿Una
venganza de una prima envidiosa?
–¿Quién te manchó? --y una vez más se sintió atraída hacia
aquellos luceros que parecían querer contarlo todo pero sólo
brillaban.
Su boquita de carmín había sido pintada varias veces, pero nunca
habían podido recuperar la sonrisa de la primera. Si se curvaba la
línea parecía falsa. Si se alargaba, diabólica. Era como si aquel
rostro no admitiera otra. Una expresión enigmática, una máscara
para guardar secretos. ¿Quién te robó la sonrisa? ¿Quién te
abrazó llorando?, se preguntó. Su madre decía que hablaba mucho.
No era eso. Necesitaba soltar todo lo que tenía dentro para sentirse
bien. Por un momento imaginó que sus labios estuvieran tan sellados
como los de la muñeca, y la garganta se le cerró como un puño doloroso.
Aunque parecía imposible, el cielo encapotado quiso abrirse
entonces, sólo por un momento. El sol atravesó las gotitas que
perlaban el cristal, se descompuso en mil colores y bailó sobre los
ojitos de porcelana. La niña se perdió en sus reflejos, las puertas
azules se abrieron y cayó en el mar turquesa. Quizás fuera su
imaginación, o quizá no, pero por su mente pasaron mil sucesos de
otras vidas que quizá fueron, o quizá no.
Por unos segundos, todo quedó inmóvil en el desván, hasta el
punto de que si no fuera por el
tamaño sería difícil decir quién era la muñeca y quién la
niña, y si acaso el tiempo estaba pasando. Más bien nada parecía
real. Lo único que podría decirse que verdaderamente existía, era
una mirada. La mirada líquida de un pedacito de porcelana.
Una lágrima brilló en el aire para caer desde la niña sobre el
ojito azul.
Y así, al fin , por primera vez, tras muchos, demasiados, años,
la muñeca pudo llorar.
HISTORIA: Diego A. López
MUÑECA: De la colección de muñecas de nuestra madre.
REALIZACIÓN: Arien.