ESPECIAL 28F DIA DE ANDALUCÍA.
Cuenta la leyenda que en el castillo de Yedra en Cazorla, vivía un rey moro que tenía una hermosa hija a la que adoraba.
Por aquel tiempo las tropas cristianas habían traspasado las fronteras andalusíes, sin que nada ni nadie pudiera pararlas. Una tarde cuando el sol estaba a punto de morir, llegó un espía con la noticia de que un ejército numeroso y bien equipado se encontraba a una jornada de Cazorla, lo más probable es que no pudieran resistir su ataque.
El rey moro comprendió que había llegado el momento de prepararse par abandonar el castillo.
Dio ordenes de llevarse todo lo que pudieran, esperando volver cuando los cristianos se hubiesen marchado. Pero a su hija no pensaba llevársela. Temía que los pudieran alcanzar en campo abierto, y entonces correría el riesgo de que la capturase, ultrtajandola y esclavizandola para siempre.
El rey moro hizo llamar a su hija, y con gran pesar la condujo hasta lo más profundo del castillo.
-Hija mía, debes quedarte escondida en este lugar secreto, nadie te encontrará. Aquí estarás segura.
-¡Pero padre! ¡no me dejes en este sitio!. Le rogaba la princesa entre sollozos.
-No temas, hay agua y víveres suficientes, volveré en cuanto se hayan marchado. Constesto el rey con angustia.
Mientras la joven contemplaba aquel pequeño habitáculo oscuro y frío, la losa que debía cerrar la entrada, calló con un estrepitoso ruido, retumbando por todos y cada uno de los rincones del castillo.
Cuando el rey y su séquito cabalgaban para reunirse con el resto de la tropa, una lluvia de flechas les sorprendió. Todos murieron, y con ellos el secreto del castillo de la Yedra.
Las huestes cristianas entraron en Cazorla y en el deshabitado castillo. Reforzaron sus defensas y se asentaron en él.
Transcurrieron los días, las semanas y los meses acabándose toda la comida depositada en la mazmorra. La hija del rey bebía el agua que goteaba al filtrarse entre la tierra y comía los insectos que buscaban refugio en el subsuelo.La desesperación y la angustia hicieron presa de ella.
La incapacidad de moverse en aquel reducido espacio, y la viscosidad de las húmedas paredes, propiciaron que sus extremidades inferiores se fueran uniendo, adquiriendo forma alargada y redondeada, con escamas como la de los reptiles.
Mientras se producía la metamorfosis se escuchaban terroríficos lamentos que atemorizaban a los nuevos moradores del castillo y a todos los habitantes de Cazorla, rasgando el silencio nocturno.
Desde entonces, en las noche de San Juan, los niños de Cazorla se apresuran a ir a la cama y a estar dormidos antes de que el reloj toque las doce campanadas, para que no se cumpla lo que una lejana voz sigue entonando, a través de los muros de la fortaleza.
Yo soy la Tragantía,
hija del rey moro;
el que me oiga cantar,
no verá la luz del día
ni la noche de San Juan.